Si usted desea realmente anular a una persona, el mejor camino es comenzar por darle todo.
Evítele el esfuerzo, impídale que trabaje, que proponga, que se enfrente a los problemas o posibilidades de cada día, no le permita resolver dificultades y asístalo permanentemente.
Regálele y otórguele todo: comida, diversión y todo lo que pida. Así le evita usar todas las potencialidades que tiene para desplegar su creatividad. Sobre todo, no lo someta a ninguna responsabilidad. Pobrecito, «¿pá qué?»
No obstante, verá cómo poco a poco la persona se vuelve perezosa, anquilosada como un estanque de agua que por inactividad se pudre irremediablemente.
Escóndase en el amor o la demagogia para justificar sus actos y disfrute cómo la persona se vuelve más pobre cada día. Observe detenidamente y verá aparecer la miseria humana. Verá la falta de iniciativa, el desperdicio de talento, de potencialidad y capacidad con que están dotados casi todos los seres humanos.
Pronto tendrá una víctima que sólo aprendió a quejarse llorando, pataleando y gritando. Pero no se preocupe, su queja terminará justo en el momento que vuelva a satisfacer sus necesidades más primarias.
Incapaz de poder encontrar su propio camino, estará convencida que todos a su alrededor son responsables de hacerle vivir bien, y cuando eso no ocurra culpará a los demás por su desgracia.